jueves, 29 de marzo de 2012

II (Segunda Parte)

De los diarios del 15 de mayo al 15 de junio de 1099


Una especie de brisa otoñal acariciaba el letargo de mi mente. Era más que un estado de semiinconsciencia, pues mis sentidos, fingiendo ser un grupo de sonámbulos, parecían avanzar explorando el sinuoso ambiente que no conseguía determinar. Era obvio que la comodidad no era una característica de mi estado, pero a su vez había algo encantador en ese instante en el que me encontraba en los brazos de Morfeo.

Desperté. Lentamente mis ojos se fueron adecuando a la escaza iluminación de aquel lugar. Mi olfato percibió inmediatamente la humedad del ambiente que me rodeaba, e instintivamente quise frotarme los ojos con las manos, lo cual me permitió darme cuenta de que estaba inmovilizado. Levantando ligeramente la cabeza me percaté de que me hallaba atado de pies y manos a una especie de superficie plana (madera quizá). Por el dolor muscular que sentí, supe que llevaba en esa incómoda posición por varias horas. Percibí también un repentino destello de frio, señal de que tenía el torso desnudo; se me había privado de la capa, el chaleco y la cota de malla. Dejé de forcejear al volver a sentir esa extraña punzada en el cuello y lo recordé todo. El carruaje, mi intervención, el escape, ese dardo en mi mano y... ¡los mapas! Lo había perdido todo. Tenía suerte de estar vivo. Lo mejor por el momento era intentar aclarar mi mente, suspiré. En ese instante escuché un murmullo a mis espaldas. Dada mi posición, era imposible divisar lo que ocurría detrás, pues la plancha sobre la cual estaba atado estaba ligeramente elevada, formando un ángulo de 120 grados con respecto al suelo. Me pareció oír dos pares de botas, que se acercaban aceleradamente hacia mí. Distinguí inmediatamente aquella siniestra figura. El jeque Abdul Al-Hassid se encontraba acompañado de un hombre de semejantes características físicas, aunque parecía más alto y un tanto más avejentado. Ambos se situaron justamente frente a mi posando sus ojos sobre todo mi cuerpo, esculcando mi posición o quizá mi naturaleza diversa a cualquier otra criatura con la cual hayan tenido contacto hasta entonces.


Tras breves segundos de silencio, el hombre desconocido se inclinó ligeramente para susurrarle un par de palabras incomprensibles al jeque, quien asintió ligeramente en un movimiento que percibí como forzado. Abdul al-Hassid posiciono su mirada en la mía, y como una enorme embarcación militar que se abre paso entre el torrentoso océano, se acercó a mi rostro mientras se llevaba sus propias manos a la espalda.


-Escucha muchacho- me dijo con el mismo acento funesto que había retumbado en mi memoria hace un par de minutos. -Debes estar consciente de que si hubiésemos querido matarte, ya no estarías aquí en este momento, así que relájate. Cuando interceptaste mi carruaje, pensé que se trataba de uno de los tantos atentados que tú y tu gente acostumbran llevar a cabo con el fin de desestabilizar nuestra campaña militar. No obstante me impresionó tu habilidad con la espada y la facilidad con la cual eliminaste a mi guardia personal, bastante entrenada por cierto.
A pesar del marcado deje oriental y de convertir en plurales las palabras al final de cada oración, el jeque se expresaba en un franco casi perfecto. Utilizaba una terminología exquisita en sus frases, muestra indudable del rico vocabulario que poseía. Para entonces el selyúcida se había distanciado considerablemente de mí y ahora caminaba lentamente por la celda, formando pequeñas elipses en el piso en las cuales iba y venía mientras hablaba, sin apartar sus manos entrelazadas en la espalda baja. Por su parte el otro sujeto, permanecía a mi lado, impasible y continuaba observándome con aspecto de seriedad, como si quisiese documentar el hallazgo de un ser mítico y desconocido.


-Por obvias razones- continuó Abdul -No podía dejarte escapar. Una vez inmovilizado, con un compuesto natural que por cierto no es mortífero, opté por traerte hasta aquí. Desde el momento en que te vi, supe que eras un hombre valiente, el hecho de pretender recuperar los mapas sin ayuda de nadie, me permite reconocer tu osadía. Pero mi sorpresa fue mayor, cuando mis hombres me recibieron y se percataron de aquel prisionero que me había atacado en el camino, se parecía mucho al famoso cruzado de él que todos habían escuchado hablar. Varios sobrevivientes de vuestra "piadosa" campaña, nos han relatado las hazañas de un soldado que sin ningún origen noble aparente, ha comandado con enorme eficacia grandes batallones, siendo este, el gestor principal de las victorias cristianas en los últimos años. Sus descripciones concuerdan con tu apariencia y mi sospechas se confirmaron al encontrar esto, colgando de tu muñeca.- En un movimiento teatral que respondía métricamente a la cadencia casi matemática de su voz, el jeque Abdul levantó su mano derecha y me mostró con irrefutable bribonería mi rosario, el cual oscilaba como un péndulo en el vacío, gravitando inconforme en aquel ambiente que yo definiría como maldito y en cual el crucifijo de plata que mi padre había elaborado en su taller hace ya tantos años, parecía iluminar indiscriminadamente a las almas impías de aquellos salvajes.


-El glorioso Tomas Bencoraggio- interrumpió el otro hombre, quien me asombró de sobremanera al hablar con una claridad semejante a la del jeque -El Caballero de la Santa Cruz, como lo han denominado sus enemigos- Prosiguió mirándome a ojos. -Lo único que me sorprende de ti, es que siendo reconocido como un gran estratega militar; decidiste aventurarte como un novato, pretendiendo atacar por tu cuenta a un hombre de la talla de Abdul, sin traer contigo ni un solo refuerzo-


-Pues precisamente en eso- interrumpí sarcástico -Ambos se equivocan-
Las paredes de la celda retumbaron en ese instante como si los impulsos de la naturaleza arremetieran con toda su fuerza en contra de una región geográfica determinada. Un enorme estruendo provocado por la presencia de los míos, permitió que la pared delantera de la celda en la que yo me encontraba, se resquebrajara violentamente y tras un instante terminara por desmoronar casi en su totalidad al muro. La luz del exterior ingresó de inmediato a la habitación, mientras escuchaba los múltiples pasos (de varios soldados turcos supongo) que corrían desesperados por las instalaciones, sin saber cómo reaccionar ante el inminente ataque de los cristianos. Los dos hombres que se encontraban conmigo en la celda, huyeron despavoridos de la misma, profiriendo gritos que yo interpreté como una fusión entre órdenes y señales de auxilio.
Aunque continúe brevemente en mi intento por librarme de mis ataduras, desafortunadamente no tuve éxito y ciertamente comencé a temer por mi integridad, pues me hubiese resultado imposible esquivar un proyectil igual al primero, dada mi inmovilidad parcial. Afortunadamente, mis cálculos habían resultado precisos. A pesar de planificarlo todo, simplemente con los diagramas basados en los relatos de antiguos prisioneros, el plan tenía una coordinación de carácter divino y prueba de ello, era precisamente lo que estaba sucediendo, los refuerzos acababan de llegar. Ahora con la tapia delantera destrozada, desde mi posición podía divisar todo el paisaje natural que se desenvolvía ante mis ojos. Por la inclinación de los rayos solares, concluí en que hace pocos minutos había pasado el medio día (teoría que concordaba perfectamente con la puntualidad en la llegada de mi ejército). Noté también que la altura de la celda, coincidía con la de mis planos. Definitivamente no me encontraba a nivel del suelo, sino quizá en un torre de 20 o 30 metros de altura. Acto seguido, observé como un pesado arpeo que venía trayendo consigo un grueso cordón, ingresaba por el enorme agujero en la pared y quedaba inmediatamente anclado en un grupo de escombros que se había formado tras el derrumbo. Entre los bullicios que continuaba escuchando con dificultad, distinguí un ritmo asonante que provenía de afuera y que en un segundo pude identificar al relacionarlo con la cuerda del arpeo, que ahora permanecía templada. En efecto mis sospechas eran fundamentadas. Rápidamente y como si fuese un bufón de corte especializado en acrobacias, un corpulento cruzado trepó el último trecho del muro e ingresó en la celda. La cicatriz en su barbilla era inconfundible y por supuesto, mi reacción al verlo fue la misma que la de él al verme a mí.


-Debo felicitar al sacerdote- dijo mientras se levantaba. La sonrisa que dibujaba en su rostro combinaba perfectamente con su tono de voz.
-Llega tarde capitán- respondí, intentando emular sus gestos. -Los esperaba exactamente al mediodía-
-Es cuestión de un par de minutos más, o un par de menos. Pero debo decirte que el plan parece haber dado en el blanco, incluso los diagramas del castillo resultaron ser bastante funcionales- continuó diciendo mientras desenvainaba una fina daga.
-Pues debo confesar que dudé por un momento, especialmente por el compuesto que me suministraste antes de salir. Pensé que quizá no resultara efectivo; pero al contario, cuando sentí el dardo enemigo en mi cuello, inmediatamente se desencadenaron todos los síntomas que me habías descrito. De verdad, gracias Francisco.


-No tienes de que. Era obvio que si un turco te quisiese sedar, utilizaría una mezcla a base de lavandula vera. Y deberías confiar en mí, como todos confiamos en ti-
La manera con la cual Francisco del Isère se expresaba, era realmente cautivadora. Su carisma lo había convertido en el líder de batallón más querido y respetado de toda nuestra legión. Quizá su apariencia era la razón fundamental por la cual el corpulento provenzal resultaba ser tan "tratable". Más alto que el promedio de los soldados, sus frecuentes carcajadas resonaban en todo el medio oriente, matizadas por las fuertes palmadas que solía dar en la espalda a quien provocase su risa. Además de juerguista y bonachón, el Capitán del Isére era un experto alquimista. Hábil en la manipulación de especies de fauna, defendía constantemente a las ciencias y rehusaba a admitir aquel origen diabólico que se les atribuía.


Gracias a sus conocimientos nos fue posible concretar el plan. Cuando surgió la inminente necesidad de recuperar los mapas robados hace más de una año y de conseguir declaraciones de algún importante soldado turco, con el fin de anticiparnos a los movimientos enemigo, me ofrecí sin dudarlo, para ser el señuelo que conduciría al ejército cristiano a la infame guarida de los musulmanes.


-Si es que vas a interceptar al jeque y tomar los mapas, debes estar preparado para la más inesperada de las situaciones y en mi criterio, lo más probable, es que te impidan escapar, quizá envenenándote- me dijo aquel día, mirándome a los ojos.
- ¿Y qué crees que sea lo más conveniente en ese caso? si quisieran matarme lo harían sin titubear, y si intentaran sedarme, de todos modos me llevarían con ellos, permitiendo que ustedes nos sigan. El plan resultaría-
-Pues yo creo que debemos asegurarnos de que ya estés despierto al momento de nuestra llegada. Mira, bebe esta infusión de plantas. Debes hacerlo durante tres días seguidos. Al momento que tu organismo se acostumbre a él, tu sangre estará en capacidad de recibir cualquier dosis del narcótico enemigo, cuyos efectos no te provocarán mas que un ligero sueño, de no más de dos horas, de tal manera que, si todo sale como lo planeamos, estarás perfectamente consciente al momento de nuestra intervención-


Y ahora era obvio que todo marchaba según lo previsto. Luego cortar las sogas que me mantenían prisionero, Francisco me entregó la daga que tenía en la mano y desenvaino su espada, indicándome al mismo tiempo que debía seguirlo sigilosamente.
Al abandonar aquella lúgubre habitación, un enorme corredor de piedra se extendía ante nosotros y en el fondo se escuchaban varias voces que, a pesar de emitir varios vocablos incomprensibles, manifestaban con su tono una profunda desesperación. Otro ruido ensordecedor se escucho en el ala derecha del castillo, quizá otro proyectil arrojado por el trabuquete, aquel enorme lanza piedras que nos había facilitado tantas victorias, aunque era muy práctico, yo estaba seguro que podría aumentar su eficacia si es que se le implementara el sistema de contrapeso que yo había diseñado. Tras aquel segundo estampido, un par de soldados turcos salieron de la habitación que estaba al fondo del pasillo y al percatarse de nuestra presencia, desenvainaron sus espadas.


Francisco se enfrentó directamente al que venía primero, que ni si quiera llegaba a tener la mitad de la estatura del capitán. El segundo se aproximó rápidamente a mí, pero antes de que pueda levantar su sable, recibió la daga que yo tenía en la mano, directamente en el cuello. Dios se apiade de su alma. Al instante el hombre que se atrevió a desafiar a Francisco, caía frente a sus pies. Caminé un par de metros hacia adelante y me incliné junto al hombre que había derribado hace unos segundos. Tomé su espada (que a decir verdad pesaba mucho más de lo que yo había pensado) y me fijé en la daga que tenia sujeta a su cintura. Era de similares dimensiones a la que Francisco me había entregado, sin embrago esta, se veía mucho más estilizada y al tomarla, distinguí el delicado filo de la cuchilla, recordé brevemente ese mal hábito que me trajo tantos problemas y con el perdón de Dios, sentí la necesidad de volver a hacerlo. Tomé su navaja y la colgué en mi cinturón. Escuché brevemente los pasos de Francisco, quien se acercó a mí y sin siquiera mirarme, arrojó a mi lado una camisa de aspecto poco encantador.
-Cúbrete, no es buena idea que estés con el torso desnudo en medio de la guerra- me dijo sonriendo ligeramente.


Sin pronunciar palabra asentí, la recogí y me la puse. Francisco continuó avanzando lentamente por el largo corredor, los bullicios del inminente ataque cruzado no cesaban en el fondo. Entre los pensamientos que seguían asediando a mi cabeza, estaba muy presente la preocupación que mantenía latente: mi rosario. La última vez que lo vi, se encontraba en posesión del jeque y por supuesto mi temor más grande, es que se perdiera en medio del tropel. Al final del corredor un pórtico adornado con minuciosos detalles tallados en piedra, nos invitaba a descender por un largo trecho de escaleras que se perdían en el fondo. Siempre con la espada en la mano, Francisco comenzó a bajar por ellas, hasta que en un momento determinado se detuvo bruscamente y su perfil apenas iluminado desencajó una sonrisa de alivio.
-Ha terminado, los tenemos a todos- dijo alegremente Gustav, segundo hombre al mando en el pelotón de Francisco, quien apareció repentinamente al fondo del graderío. –Hemos capturado al jeque, recuperado los mapas y todo gracias a vuestro plan.
-En su mayoría ejecutado por el sacerdote- acotó Francisco con tono burlón y mirándome de reojo. Por su parte Gustav, extendió su brazo pasándolo por delante del rostro de Francisco y me entregó el rosario que tenía en la mano
-Creo que esto te pertenece Tomás-

Los latidos de mi corazón se aceleraron considerablemente, estiré mi mano y tomé el rosario. Hora si podía respirar tranquilo y en aquel momento escuché una cuarta voz, detrás de Gustav.

-¿Están todos bien?- inquirió un pequeño cruzado, que si no me equivoco pertenecía al tercer batallón de Francisco
-Sí, parece que hemos tenido rotundo éxito en todo- le dije.
-Pues desafortunadamente, no es así. Creo que esto aun no termina- respondió con voz temblorosa.

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